Cuando apenas era una niña de cuatro años no le prestaba demasiada atención a mi aspecto físico, mi mamá era quién me vestía y me peinaba, realmente no me importaba si me despelucaba o ensuciaba pues no hacía nada para arreglarlo. Eran aquellos tiempos donde sólo me preocupaba jugar, bailar y poder ir al parque después de un largo día de escuela; pero llegó un momento en el cual mi cuerpo no daba más, me sentía cansada, sin aliento y de pronto me empezaron a salir moretones sin razón aparente. La preocupación de mi madre aumento en el momento que mis compañeras le preguntaron de forma inocente porque ya no jugaba con ellos como antes, porque me cansaba tan rápido; en aquel momento tomando la decisión de ir a una cita médica en la cual encontró una noticia que cambiaría totalmente nuestras vidas pero no de una forma positiva. Después de mi revisión a mi madre le dieron la peor noticia que le podrían dar a una madre, su pequeña tenía cáncer, más específicamente “leucemia linfoblástica b aguda”, ¿y yo? Yo no entendía nada, sólo que de un día para otro me internaron en una clínica donde no podía salir y sólo podía ver a mis amigos a través de un vidrio. Desde ese momento no pude volver a la escuela porque mi cuerpo necesitaba estar conectado a unas máquinas, en medio de mi inocencia creí que solo serían unos días, sin embargo en un par de semanas el cabello se me empezó a caer, primero de a poco pero llegué al punto de casi quedar calva, por ello los doctores me rasuraron el poco cabello que me quedaba y a pesar de ser una niña no entendía mi situación, me dolía y sólo me preguntaba ¿Por qué me quitaron mi cabello? No lo sabía en ese momento. Con el pasar de los meses mis ojos se volvieron apagados y sin vida, mi piel se volvió más pálida, mis ganas de caminar o bailar se habían ido evaporando y sólo me preguntaba ¿Cuánto más tiempo tengo que estar acá? No me gustaba casi verme al espejo, no me gustaba verme calva, yo solo quería mi cabello, quería volver a jugar con mis amigos, solo quería volver a ser libre y poder volver a bailar con libertad sin que me estorbaran aquellos cables, quería volver a correr, quería volver a sentir mis piernas, ya que con el pasar del tiempo había ido perdiendo la movilidad de estás por no querer ir a caminar o simplemente pararme, me sentía tan cansada que solo quería quedarme en la cama. Después de pasar un año y ocho meses de lágrimas, llantos, ansiedades y desesperación, pudimos volver a sonreír, las lágrimas fueron de felicidad cuando por fin puede salir del hospital; si soy sincera me costó demasiado volver a iniciar, no quería que nadie me viera pelona así que mi madre me compró una peluca para cada vez que saliéramos, aún así la sensación de no tener mi cabello seguía y sólo miraba la cabellera de otras niñas anhelando que me saliera rápido la mía, también se me dificultó estar de pie y a mi madre por segunda vez le tocó volverme a enseñar a caminar, claramente este fue un camino muy largo y duro para mi madre y para mí, pero a pesar de este mal capítulo de nuestras vidas la tormenta ya había pasado y se había alzado un gran arcoíris en nuestro camino. Salimos adelante y hoy le agradezco a Dios por nunca haberme desamparado, por darle fuerza a mi madre y porque hoy tengo un cabello largo y hermoso como siempre desee de pequeña, además de una enorme sonrisa en mi rostro y sobre todo gozó de un cuerpo libre de alguna enfermedad del pasado.
2007 ( meses antes de la enfermedad )